Fuente: Smoda.elpail.es. Laia Cenea 22 de noviembre de 2011
Ni parapeto contra el sol, ni protectores contra el frío: en invierno los gorros van más allá de lo práctico.
Borsalinos, trilby, fedoras o pamelas...Cuando hace unos años volvió con fuerza la facción dura de la sombrerería, nos hicimos quisquillosos con las nomenclaturas y los había capaces de cortar orejas en caso de confusión de un modelo con otro. Esta temporada estamos de suerte porque se llevan todos. De lana, tipo amish, gorras o con visera e inspiración fetichista; tipo dandy y emulando a Lauren Hutton o invocando a la bruja mala de El Mago de Oz. De ala exageradamente ancha y con detalles de caza, tipo casquete o en forma de campana: los hay para todos los gustos, cabezas y bolsillos.
La funcionalidad no es, en absoluto, el motivo principal que nos empuja a incorporar gorros y sombreros a nuestro atuendo. Estos juegan ya en la liga de bolsos y zapatos. Aunque lo primordial es que se acoplen bien a nuestro cráneo y favorezcan, no entienden ni de estaciones (lana en pleno verano), ni muchas veces de protocolos (en la calle no rigen las mismas normas que en las bodas). Se llevan de día y de noche, en fiestas o al trabajo. Pueden producir electricidad estática o acabar con estudiados peinados, pero al contrario son ideales para esos días terribles en los que el encrespado no acompaña.
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